Nostalgia. Esa palabra que según el diccionario significa: «Sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo queridos». Hoy voy a contar los tres momentos que con más nostalgia recuerdo con mi experiencia de videojuegos. Tal y como reza la definición, la nostalgia es un sentimiento y el arte es un arma capaz de moverlos de forma constante. Es una forma más de argumentar que el videojuego siempre ha sido un arte a pesar de todos los ataques que ha sufrido a lo largo de su corta historia.

1993. La nostalgia de Secret of Mana

Se hablaba mucho en occidente de Seiken Densetsu 2 en los medios de comunicación de la época. Los occidentales sufríamos entonces que los lanzamientos más potentes en Japón no llegaban a Europa hasta muchos después, incluso años. Por no hablar de los que nunca llegaron. Había necesidad de RPG en los occidentales de los juegos que se anunciaban en Japón y que tan buena crítica recibían.

En agosto de aquel 1993 se lanzaba en el País del Sol Naciente la segunda parte de Seiken Densetsu y la crítica fue unánime en calificarlo como extraordinario. En octubre de aquel mismo año aterrizaba en Estados Unidos con el nombre de Secret of Mana y los europeos lo veíamos más cerca. Aunque no había fechas, todo apuntaba a que a lo largo de 1994 acabaría aterrizando en nuestro territorio. Ante tal incertidumbre y con los dientes como conejos por parte de la prensa, nada más terminar el primer trimestre escolar de aquel 1993, me hice con la versión americana.

Fueron 12990 pesetas lo que me costó. Y tuve que tirar de los ahorros y de los regalos de la época navideña. Pero la emoción de tener el cartucho entre las manos fue tan grande que nunca se me había hecho tan largo el camino desde el videoclub donde lo compré hasta casa. A diferencia de hoy, con tantas prisas, en aquel diciembre de 1993 pude llegar a casa y poner el cartucho en la consola. Nada más empezar a sonar Fear of the heavens, del compositor Hiroki Kikuta, tenían la sensación de que comenzaba un viaje que, si no era el más extraordinario que habías hecho nunca, le faltaba poco.

Antes no había intros larguísimas ni tutoriales en los juegos. El tutorial era el manual de instrucciones que venía en cada caja. Así que pronto pude comprobar que la crítica que el juego había recibido tanto en Japón como en Estados Unidos era totalmente merecida. Después del mensaje introductorio, ves caer a Randi al agua y tomas el control del personaje. Enseguida verás la espada que dará comienzo a todo. Como te hace falta un objeto para cortar las hierbas que te impiden el camino a casa, la sacas de la roca en la que está clavada y empiezan a aparecer monstruos por todos los lados.

Es cuando empieza una aventura que difícilmente se va a olvidar. Es cierto que pudo influir la ausencia de este tipo de juegos en aquella época. También pudo influir jugarlo en una época de tanta nostalgia como son las fiestas navideñas y la posibilidad de compartirlo con dos amigos. Todo eso pudo influir para aumentar la nostalgia con la que hoy en día recuerdo a Secret of Mana.

Pero no me cabe duda que recorrer el continente con Randi, Prim y Popoi, contemplar la belleza de los paisajes, deleitarse con las melodías, los momentos en los que se va desvelando la trama y te hace querer avanzar para conocer más, el desenlace, los momentos junto a los amigos yendo a por los enemigos finales, pedir que te curen o que te ayuden… Secret of Mana es nostalgia. Al menos para los europeos que estábamos huérfanos de este tipo de juegos. Luego llegaron Illusion of Time, Secret of Evermore o Terranigma. No llegó Final Fantasy VI. Todos trajeron su parte de nostalgia, pero fue Secret of Mana el que abrió el portal. Al menos en mi caso.

Final Fantasy VII se recuerda con nostalgia por ser el primer Final Fantasy traducido

1997. La nostalgia de Final Fantasy VII

Estábamos en la generación de los 32 y 64 bits. Y el videojuego se estaba convirtiendo en un entretenimiento popular, superando la crítica a la que habían sido sometidos a principios de la década de los noventa. Las consolas Sony Playstation y Sega Saturn se presentaron como algo más que sistemas para jugar. Podían usarse como reproductores de CD y Sega Saturn, además, permitía la reproducción de Video CD, con una resolución de 352×240 píxeles. Ahí es nada. Europa ya no era extraña para los RPG y algunos de los que habían llegado podían entrar perfectamente en este artículo sobre la nostalgia.

El caso de Final Fantasy VII es particular por los incidentes de su desarrollo. De estar pensado inicialmente para Super Famicom, pasó a ser un proyecto para Nintendo 64. Posteriormente y debido a la limitación del cartucho y las ventajas de almacenamiento que ofrecían los CDs, el proyecto se trasladó a Playstation y fue en esta plataforma donde la saga que salvó a Squaresoft de la quiebra, despegó para hacerse inmensa.

La espera entre el lanzamiento japonés y el europeo ya no era tan larga como antaño. No solo avanzaban los sistemas haciéndose más potentes, también cambiaban las condiciones del mercado y los videojuegos empezaban a ser una industria muy rentable. El último día de enero de 1997 se lanzó Final Fantasy VII en Japón. Los aficionados a los RPG mirábamos con envidia los reportajes que leíamos en las revistas y la nostalgia de tiempos pasados frente a los RPG regresaba a los corazones con fuerza.

Final Fantasy VII es uno de los videojuegos que con más nostalgia recordamos hoy

Llegó el 14 de noviembre de 1997 y Final Fantasy VII aterrizó en Europa. El que escribe esto ya estaba haciendo primer curso de carrera. Y el tiempo era considerablemente menor que el que tuve en 1993. La nostalgia de las fiestas navideñas ya asomaba en el horizonte, las calles se llenaban de luces y el frío invitaba a quedarse en casa. No fue hasta que la fecha reina de la nostalgia llegó que no introduje Final Fantasy VII en la Playstation.

¿Quién no recuerda con nostalgia y emoción lo que sintió nada más ver la pantalla de introducción y el salto de Cloud Strife al andén de Midgar? ¿Quién no tiembla de nostalgia cuando escucha Prelude? El juego empezaba fuerte y enseguida nos ponía en tensión. Había que reventar un reactor de Mako que estaba robando la energía del Planeta y nuestro equipo hablaba en español y podíamos entenderlo sin muchos problemas. Otra cosa es la traducción que se marcaron, que daría para otro artículo. Pero no me desvío del tema y sigo. Allé voy.

Recorrer Midgar, Gold Saucer, Wutai, el Cañón Cosmos entre otros escenarios fue un viaje que no se olvidará nunca. Este Final Fantasy fue el primer Final Fantasy para muchos europeos. Y aunque yo había podido probar Final Fantasy VI para Super Nintendo lo que estaba viendo no era comparable a lo que había visto hasta entonces. La trama se iba desarrollando de un modo más pausado pero más intenso y la tensión se palpaba en cada paso que se daba. Uno de los mayores aciertos de este juego fue su antagonista. Sephirot daba miedo cada vez que aparecía y en Nibelheim se vivieron los momentos de más tensión de esta historia.

El elenco de personajes, el carisma de ellos, sus conexiones en el pasado, la relación que se va fraguando entre ellos se ha quedado con nosotros hasta hoy. Y se recuerda con nostalgia, la misma nostalgia que da escuchar melodías como las del Cosmos Canyon, la misma nostalgia que da recordar cómo te cuentan la historia de los Ancianos y la misma nostalgia que da revivir la impotencia y tristeza con acontecimientos del juego que ya no son ningún secreto, pero que no revelaré para no incurrir en el spoiler.

Final Fantasy VII es uno de los videojuegos que han marcado la industria y que más se recuerdan hoy en día por los aficionados. Una obra que cuando se completó te dejó con la certeza de que se tardaría en volver a experimentar algo parecido a la emoción que este título dejó en los jugadores. Una obra que hizo que aquella Navidad de 1997 sea una de las fiestas que más nostalgia me produce recordar.

2020. La nostalgia de Animal Crossing New Horizons

Llegó 2020 y llegó con la sombra de un virus que estaba azotando China desde noviembre de 2019. Poco a poco veíamos que lo que se nos venía encima encima era serio. Lo que quizá no viéramos es que nos iba a obligar a parar del todo y a meternos en casa ya no por voluntad propia, sino por imposición gubernamental.

Y en pleno confinamiento, llegó a Nintendo Switch Animal Crossing New Horizons. Si eres valiente y has llegado hasta aquí, además de darte las gracias te voy a responder a una pregunta que seguro que te estás haciendo. ¿Por qué sientes nostalgia con Animal Crossing si el juego está en vigor y digamos que lleva dos días en el mercado? Y respondo. Porque he visto a la gente más unida que nunca gracias a un videojuego.

La nostalgia que produce Animal Crossing se basa en que acercó a la gente cuando más separada estaba

Gracias a Internet, que también tiene cosas buenas, la gente pudo seguir comunicada a pesar de no poder salir de casa. No fue mi caso, yo tengo un trabajo esencial y no falté al trabajo pero recuerdo llegar a casa y ver a mi compañera en su isla y en el canal de Discord junto a otras personas hablando y compartiendo, yendo de isla en isla en busca de los proyectos que faltaban y los demás tenían. Luego bastaba echar un ojo a las redes sociales para ver que había más gente en la misma situación. Me daba la sensación de que las personas estaban más juntas que nunca.

El juego en sí es toda una experiencia de convivencia. Animal Crossing nos pone en el día a día que todos soñamos. Tener las mínimas responsabilidades, los mínimos agobios y dedicarnos a disfrutar de la vida junto a los vecinos. Interactuar con ellos, dar obsequios, solucionar pleitos y rencillas que surgen entre ellos y «trabajar» para convertir una isla llena de hierbajos en el paraíso que tú quieras. Solo es cuestión de dedicación.

Era bonito ver que una persona amanecía con la noticia de que en su isla habría lluvia de estrellas y durante el día oír conversaciones que indicaban que la gente la esperaba con ilusión. Era una delicia ver las capturas de Twitter de personas pidiendo deseos (¿quizá que se acabara pronto la pandemia?) mientras el cielo se ponía precioso con los luceros que caían cada poco tiempo. También ver la ilusión de la persona que vive contigo esperando para ver si Estela estaba en la isla y qué proyectos entregaría.

La nostalgia se siente porque todo eso ya pertenece al pasado y a pesar de las noticias nefastas que nos llegaban a través de los informativos, veías que la gente estaba feliz y que un videojuego tenía la culpa. Poco a poco se fue virando a otros títulos y muchas islas quedaron relegadas al olvido. Es comprensible, ya que cada vez quedaban menos proyectos por aprender, las islas iban alcanzando las cinco estrellas, Totateke había cantado todo su repertorio y el Estado de Alarma era menos alarmista y se fue volviendo a la actividad normal. Y los momentos lúdicos se limitaban a juegos mobas y competitivos donde reina la toxicidad que jamás vi en Animal Crossing.

El DLC trajo aire fresco a Animal Crossing pero la nostalgia de los primeros tiempos sigue intacta

El DLC y la última actualización trajeron un poco de vida a las islas. La gente volvió a ilusionarse por los proyectos nuevos, las recetas de cocina, los personajes añadidos, el cultivo de ingredientes. Pero ya no estábamos confinados y aunque yo personalmente volví a ver a un grupo muy unido, la nostalgia del pasado venía a instalarse en todo momento.

Sigo jugando a Animal Crossing, entro cada día aunque sea cinco minutos para quitar algún hierbajo, para dar algún regalo a algún vecino, para ver si alguien hace un proyecto que nos falte a mi compañera o a mí y rara es la vez que no echas media hora haciendo cosas de las múltiples que el juego te permite hacer.

Sé que es algo que quita tiempo para dedicar a otros títulos. Sé que con el tiempo escaso que tenemos hoy esto hace perder opciones y posibilidades de descubrir, pero cada vez que visito Frikisland vuelvo a sentir esa nostalgia de cuando sentía (quizá sean ensoñaciones de un sin remedio) que la gente estaba en un sueño común y la toxicidad había desaparecido del mundo. Y todo eso con un mundo real cerca de la sumisión en el caos. El mundo al revés y no me parecía que fuera malo.