Bloodborne puede ser de todo menos un mal juego. Es la experiencia perfecta de estilo soul que está ahí, pero que para aquellos que no tenemos PlayStation no hemos podido catar en ningún momento. Pero llegó, llegó ese momento donde Yharnam me estaba esperando y donde pude compartir la aventura, la cual ha hecho que Bloodborne no es que me guste, sino que me ha dejado con un grandísimo sabor de boca. Puede que te agote en algún momento e incluso que quiera alejarte por un instante, pero la fórmula que utiliza es clavada para mantenerte con más ganas por saber lo que va a suceder y por descubrir todos sus mapas.
Cuando acabé Dark Souls 3 (mi primer juego de FromSoftware), decidí dejar este género por un tiempo hasta que llegó Elden Ring y me absorbió por completo en su mundo abierto. Sin embargo, Bloodborne no tiene que envidiar a ninguno, es innovación con una jugabilidad tan frenética que al final se siente como la culminación fanfarrona de todos los demás videojuegos de Miyazaki. Y esto último lo digo desde la ignorancia porque no he tenido la suerte de probar todos, pero el atractivo que tiene este título se resume en su elegancia, su desafío e irresistible bomba de carácter intransigente que este atrapa para no dejarte escapar hasta que los créditos aparecen en pantalla.
Y no, no vengo a analizar Bloodborne ni mucho menos, solo quiero daros mis impresiones de lo que me ha demostrado que a pesar de los años hay videojuegos que siguen ofreciendo experiencias únicas y grandes sensaciones como hicieron en su lanzamiento.
Contenido
Bloodborne y su interpretación
Preguntarnos ¿Qué es Bloodborne? puede darnos algún comedero de cabeza, básicamente porque no hay una respuesta real que te permita entender del todo de qué trata este videojuego. Atravesar una ciudad y escapar de ese mundo puede ser la premisa más acertada, pero al final la trama puede ser interpretada de muchas maneras.
Esto trae consigo una ambigüedad deliberada que nos permite un poco indagar y sacar nuestras propias conclusiones del verdadero propósito que quiere darnos este juego. Un ejemplo muy claro de esto es cuando te acercas a NPCs ocasionales e interactúas con ellos, al final te dan una idea de tu contexto, pero te dejan con más preguntas que respuestas. Todo dependerá de lo que entiendas y comenzar a mezclar piezas para resolver el rompecabezas.
Esta manera tan imprecisa de contar su historia, es lo que hace que nos involucremos más con todo su entorno y nos bañemos en la oscuridad que desprende cada rincón. Asimismo, todo ello no es un inconveniente, sino que ayuda a que la historia se incruste en sus edificios y que la propia arquitectura provoque una respuesta emocional en los jugadores, además de ayudar a comprender un poco más lo que nos quiere contar Bloodborne.
Aquí entra en juego todo, ya no solo tu personaje principal o los enemigos, sino cada estructura u objeto que puedas encontrar, además de todos los secretos escondidos o la exploración inmediata de cada lugar. Con todo lo anterior he aprendido que cada detalle que tenía delante era importante y que Miyazaki no se ha dejado nada entremedias, sino que tiene hilado todo tan bien que puede sorprender todos los secretos a descubrir, así como lo gratificante que es cuando por fin lo consigues. En definitiva, todo se combina tan bien que de una manera u otra te enfrentarás a los horrores que hay detrás de Bloodborne, pero muy lentamente.
Te atrae, te atrapa y busca el momento exacto
No es una sorpresa si digo que Bloodborne es tremendamente complicado, pero es un complemento al que estamos dispuestos a enfrentarnos una vez iniciamos la partida. Los combates estilo souls son estrategia, el pensar cuándo moverte y cuándo retirarte a tiempo, pero cuando ya consideras que estás dominando el juego y avanzando, esa ilusión desaparecerá a los pocos minutos cuando te enfrentas al siguiente jefe. Está todo predestinado a que cuánto más conozcas el lugar más desconocido pueda parecerte y que el desafío nunca disminuya a pesar de que en algún momento cojas las riendas.
Si la paciencia no es tu fuerte, es posible que veas todo ello como un continuo vacile donde no te lleva a ningún lado y que parece como si el desarrollador estuviese desafiándote sin sentido. Sin embargo, si eres alguien que le sobra paciencia, no te importará ponerte nervioso y después de ocho o diez muertes intentarlo una y otra vez hasta que ganar se siente increíblemente liberador. Esa sensación creo que ningún otro juego me la ha dado y si te pones frente a Bloodborne lo vas a entender perfectamente. Es como si estuvieses caminando por un desierto y llegases a un punto de descanso, ahí ya estarás listo para continuar tu aventura.
La cúspide de los souls
Bloodborne es el típico videojuego que atrapa y destruye al mismo tiempo. Algunos habrán tirado la toalla con él, pero otros habrán persistido hasta prometerse acabar con toda su historia, pero de cualquier manera, este juego sigue atrayendo a una gran comunidad de fans que les gusta sentir su «encanto» y convertirse en un héroe más mientras muere sin parar frente a bestias empapadas de sangre.
Con casi ocho años, Bloodborne se mantiene en la cúspide de los videojuegos souls, con un vaivén de ganas por que aparezca una remasterización para mejorar su rendimiento y un port a PC, y aunque ambas cosas no han sucedido, siempre merecerá la pena entrar a las calles de Yharnam. En última instancia, el temor y el horror es secundario, porque su ambientación y su frenética jugabilidad es la verdadera transfusión que ofrece este juego, y que bueno, si compartes esta aventura la experiencia será doblemente mejor.